ÍNDICE DE
TEMAS
EN ESTE BLOG:
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1.- Medio
geográfico.
2.- Medio
económico.
3.-
Prehistoria.
4.-
Historia.
5.-
Arquitectura.
6.-
Costumbres.
7.-
Gastronomía.
8.-
Heráldica.
9.- Biblioteca
tomeseña.
10.-
Navidad.
11.- La Presa y
los acueductos.
12.- Tesoro
romano.
13.- Fósiles.
14.- Leyenda
del Molinillo.
15.- Autores
tomeseños.
16.- Batalla de
Baécula.
17.- El Reato.
18.- S. Antón.
19.- Romance de
Pero Díaz.
20.- La
matanza.
21.- Galería.
22.-
Miscelánea.
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Hace
varios años, buscando en un archivo de Baeza antepasados con mi
mismo apellido con el fin de confeccionar el árbol genealógico,
entablé amistad con una persona que hacía lo propio con su
apellido, y después de intercambiar opiniones sobre nuestras
respectivas investigaciones, me comentó que había leído, de
pasada, el nombre de Santo Tomé en un viejo legajo, entre otros
documentos contenidos en una vieja carpeta. Inmediatamente me
interesé por el tema y le pregunté por la ubicación de la carpeta
en cuestión. Poco después tenía entre mis manos un viejo legajo
que me apresuré a leer, y dice así:
Al
atardecer, cuando cesaba el canto de las chicharras y el sol se
acercaba al horizonte, la comitiva que había salido por la mañana
temprano de Baeza se encontraba ya cerca de Santo Tomé. Andrés
Castillo se despidió de D. Hernando, de su esposa e hija que iban en
un carruaje, y esperó a que la comitiva continuase su camino hacia
el pueblo para él dirigir su caballo hacia el molino. Varios niños
salieron en tropel corriendo a su encuentro por el camino. Eran sus
sobrinos que se habían percatado de su presencia por el ladrido de
los perros, y salían a recibirle.
Andrés
Castillo era un joven, gallardo y apuesto soldado que gozaba de la
protección y confianza de D. Hernando, bajo cuyas órdenes se
encontraba en Flandes, y que había intervenido
en varias campañas en la guerra que nuestro señor el rey Felipe IV
mantenía en aquellos territorios, siendo su última participación
en el asedio y rendición de la plaza de Breda, cuyas llaves fueron
entregadas al marqués Ambrosio Spínola, bajo cuyas órdenes estaba
D. Hernando.
Al llegar al molino, sus dos hermanos y las mujeres de ambos
salieron a recibirle, avisados por los gritos y alboroto de los niños
que anunciaban la llegada. Tras el efusivo saludo familiar de los
hermanos, las cuñadas y de toda la prole, los niños acorralaron a
su tío, admirando la reluciente pistola al cinto, la daga y la
espada de ancha cazoleta, y asediándole a preguntas sobre sus
aventuras. Por la noche, tras la cena, los niños escucharon
embelesados sus hazañas por tierras lejanas, hasta que a
regañadientes obedecieron marcharse a la cama.
El día siguiente lo pasó Andrés ayudando a sus hermanos en las
tareas del molino (propiedad de D. Hernando). Al terminar la faena se
bañó en el agua cristalina del río que bajaba de Cazorla y recogía
aguas del Cañamares en Nubla, y que servía para mover el molino. Se
puso su mejor ropa, con su golilla blanca almidonada, sus botas
limpias, ajustándose por último su pistola y espada al cinto antes
de salir. Montó su caballo y se dirigió al pueblo. Poco había
cambiado desde la última vez que estuvo por sus calles, y eso le
daba confianza al conocer el terreno que pisaba. Fue reconocido por
varios vecinos, y alguna que otra moza, conforme pasaba por las
calles. Paró ante una pequeña casa de las afueras del pueblo, casi
al final de la calle Santísimo, descabalgó y ató las riendas del
caballo en la argolla de la pared. Entró en la casa sin llamar, pues
quería sorprender a su madrina María Teresa, y en parte lo
consiguió, pues ella ya sabía que el conde de Garcíez se
encontraba en la Casa Grande desde la tarde anterior. María Teresa
era una persona muy querida y conocida en el pueblo, pues había
ayudado a nacer a casi todas las personas jóvenes que ahora vivían
en el pueblo, y durante muchos años trabajó en la Casa Grande.
Madrina y ahijado se abrazaron y besaron emocionadamente, mientras
unas lágrimas de alegría, que no pudo ni quiso contener, resbalaban
por las mejillas arrugadas de aquella mujer.
Andrés fue contando a su madrina todo lo que sabía a ella le
encantaba escuchar. Para el final había dejado dos sorpresas: un
hermoso pañuelo de encaje confeccionado en la mismísima ciudad de
Gante, en la que había nacido el emperador Carlos el primero, y la
otra era comunicarle que su corazón latía apresuradamente cuando se
sentía mirado por los verdes ojos de una mujer. María Teresa quiso
conocer la gracia de la persona afortunada y le preguntó por su
nombre.
- Se llama Ana. Es la hija de D. Hernando.
Al
escuchar su nombre, María Teresa se ruborizó y sintió un agudo
dolor en el pecho. ¡No podía ser! Otra mujer cualquiera menos ella.
¡Ella no! Dios mío; con la cantidad de mujeres que habrían dado su
vida por estar casadas con él, y Andrés había puesto sus ojos
precisamente en ella.
- Ven, siéntate junto a mí - dijo ella cogiéndole la mano y mirándole con tristeza.- Tengo que contarte un secreto, que nunca tendría que haberte dicho ni a ti ni a nadie. Y sé que te haré daño, pero es mejor que callar - sus palabras tardaban en salir por su boca, mientras sus manos sujetaban y acariciaban las de Andrés.
- Verás, me parece muy bien que quieras a Ana, y tienes que quererla aún más, pero no como la quieres ahora. Tienes que quererla como a una hermana, pues ella es tu hermana.
Andrés no quería creer lo que estaba escuchando, pero sabía que
aquella mujer nunca podía engañarle, que le estaba diciendo la
verdad.
- Cuando tú naciste, ella vino contigo al mundo. Tu madre sabía que dos bocas más era mucha carga para tu padre en aquellos años tan difíciles, por lo que me la confió para que la dejase en alguna casa con posibles, sabiendo que yo trabajaba en la Casa Grande y que los condes no tenían ninguna hija. Varios años después unas fiebres se la llevaron, no sin antes hacerme prometer que guardase el secreto hasta donde pudiera, más bien por tu hermana que por otra persona. Tu padre nunca lo supo, pues en el momento de nacer estaba fuera y mi hija Teresita fue la encargada de ponerla a la puerta de la Casa Grande y llamar para que la recogiesen, como así sucedió. Yo te he ido criando a ti, y a ella cuando los condes venían; he procurado enseñaros las mismas cosas buenas a los dos.
Andrés
contó a sus hermanos lo que su madrina le había dicho y dibujó una
cruz granate al lado de la puerta principal del molino, con ocho
puntos alrededor: dos sobre el travesaño representando a sus padres,
y seis por debajo, uno por cada miembro de aquella familia, para
recordar siempre que entre ellos había otra persona con la que
aquella familia tenía que compartir el amor y los buenos deseos.
Varias semanas después, D. Hernando de Quesada y Hurtado de
Mendoza, conde de Garcíez y XIII señor de Santo Tomé, partió
acompañado por Andrés hacia las guerras de Flandes.
Varios años después Ana se casó y tuvo una niña a la que puso
por nombre Andrea María de la Esperanza.
Las crónicas no cuentan nada sobre Andrés posterior a esto, pero la
cruz granate pintada en la fachada principal, junto a la puerta del
molino, aún se puede ver.
Arjona, mayo de 1.998
Antonio Ceacero Hernández
Leyenda publicada en:
"Con sabor a pueblo"
Revista del Centro Municipal de Educación de Adultos de Santo Tomé, nº 30, curso 1.997-98
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