La
matanza del cerdo en ST.
.....................................................Podemos definir la matanza como el proceso mediante el cual una familia hace acopio de productos cárnicos derivados del cerdo (jamones, embutidos, manteca, etc.) para abastecerse durante todo el año.
La matanza es una costumbre ancestral, que se ha mantenido por necesidad en los pueblos, pero que tiende a desaparecer en aras del progreso, siendo cada vez menos las familias que la continúan en los pueblos de forma tradicional, como antaño, por diversas razones: ante todo por comodidad, la comodidad de comprarlo todo hecho, por quitarse la brega de estar todo el año criando el cerdo, el trasiego de la propia matanza, además el vivir en pisos o casas con patio pequeño, la falta de tiempo o emplearlo en otras actividades lúdicas. Lo que está claro es que lo que ganamos en comodidad y en tiempo lo perdemos en el control de los componentes de los productos ya elaborados, en la calidad, en la uniformidad del sabor, etc. si es que sabe a algo diferente del plástico. Pero, en fin, así es la vida.
Los cerdos que cada familia destinaba para la matanza se criaban en la chiquera (la cochiquera), alimentándolos con los desperdicios de las comidas, la fruta picada y con los desechos de hortalizas, además de otros productos del campo cosechados por la propia familia, aunque también, años atrás, había familias que por diversas razones no criaban directamente sus cerdos, sino que los marcaban y se los confiaba a un porquero (el más conocido era “Cebolla”), hasta el mes de la matanza, por lo que había varias piaras en el pueblo compuestas por cerdos de diversas familias. Otras familias compraban el cerdo unos días antes de la matanza y lo recogían el día del sacrificio. Más tarde, en la década de los sesenta, se impuso la manera de alimentar a los cerdos con pulpa, con pulpa y moyuelo, y en los últimos años a base de pienso compuesto.
Con respecto a la fecha más idónea para la
matanza, hay un refrán popular que dice
que “a cada cerdo le llega su San Martín”, dando a entender que a partir de esa
fecha, el 11 de noviembre, era la más indicada para el comienzo de las
matanzas. Otro refrán dice que “por San Andrés mata tu res, grande, chica o como
esté”, retrasando hasta final de mes la fecha propicia, pero en realidad la
fecha de la matanza está supeditada a la
época de más frío para que ayude a la
mejor conservación de los productos cárnicos, siempre antes del comienzo de la
campaña de la recogida de la aceituna, que en los últimos años se inicia
oficialmente después del día 8 de diciembre, día de la Inmaculada.
Pasado el día de Los Santos ya
se veía por el pueblo camiones forasteros cargados de cebollas, que iban
vendiendo por todas las calles, y todo el pueblo olía a cebolla. En las tiendas
se vendían loa “avíos”: mazos de tripas conservados en sal en grandes toneles
de madera, nuez moscada, canela en rama, pimienta en grano, matalahúva,
azafrán, arroz, hilo para atar las tripas, orégano, clavo, etc. La tienda mejor
surtida en estos productos era la de Gil Gómez Reyes, “Gilico”, y aunque
durante todo el año su especialidad era la venta de calzado, (albarcas de goma
negra, que parecían estar hechas con cubiertas de las ruedas de los coches, y
las famosas alpargatas rusas, que de rusas no tenían nada), orcas y sombreros, cuando llegaba esta época
era la que tenía el mejor surtido de productos relacionados con la matanza. Al
entrar a la tienda había numerosas cajas de calzado perfectamente colocadas en
sus repletas estanterías, y él siempre
vestido con su guardapolvos gris, sentado en una silla de enea en la puerta de
la calle, esperando al cliente.
Desde varios
días antes se empezaba preparando las orzas, lebrillos y calderos de la propia
casa: orzas, lebrillos, y pidiendo prestados a los vecinos o apalabrándolos los
menos comunes, como el caldero para cocer la cebolla, la mesa de matar, la mesa
de picar carne y embutir chorizos, la máquina de embutir morcillas negras, y
comprando las especias, condimentos o aliños: pimienta, pimentón, canela,
matalahúga, orégano, cominos, así como hilo fuerte para atar. El día anterior
al fijado para la matanza, se pelaban y troceaban las cebollas, se cocían en
grandes calderos y se dejaban reposar tapadas con trapos doblados.
El día de la matanza empezaba
temprano con la preparación de un caldero lleno de agua, y puesto al fuego para que el agua estuviese
caliente para cuando llegase el “mataor” o matarife. Algunos familiares y amigos o
vecinos componen la cuadrilla que
ayudará en la tares. Cuando llega el "mataor", sabedor de su oficio y dispuesto
para un ritual, con su gancho en forma de ese, y sus cuchillos liados en un
trapo bajo el brazo, el dueño reparte unas copas de anís para “entrar en calor”
antes de comenzar la faena. Se saca al cerdo de la chiquera con el engaño de
unos granos de maíz y se le lleva hasta cerca de la mesa, donde el "mataor" lo
engancha por debajo de la quijada y lo iza a la mesa con la ayuda de los
presentes que han agarrado al cerdo por las orejas, de una mano y de una pata,
colocándolo con la parte derecha hacia abajo si el "mataor" es diestro. La mano
derecha es sujetada con la cuerda por debajo de la mesa; la mano izquierda la
sujeta una persona desde atrás doblándola y pegándola al cuerpo del cerdo; la
pata izquierda se sujeta fuertemente haciendo palanca en la pata de la mesa, y
la pata derecha se le dejaba libre para que se desfogue. Generalmente un
chiquillo de los que revolotean alrededor es el encargado de sujetar el rabo
del cerdo.
El "mataor" con un
extremo del gancho rodeándole la pierna más próxima al cerdo, de puñalada certera clava el cuchillo en la
yugular del cerdo, y la sangre empieza a
salir, cayendo directamente en un lebrillo donde hay un poco de sal, donde una
mujer la remueve constantemente para evitar que
se coagule. De los buenos matadores del pueblo, de los que acertaban a
la primera en el lugar preciso, tenía fama Pedro “el Chupa”, delgado, siempre
sonriente y bromista. Una vez muerto el cerdo, aún en la misma mesa, se le echaba jarros o pucheros de agua muy caliente,
casi hirviendo, y entre dos o tres personas lo pelaban rápidamente. Se repasaba
con una vieja maquinilla de afeitar por los lugares más difíciles para los
cuchillos, mientras que con el mismo gancho se le quitan las pezuñas. Se abre
en canal el cerdo por la panza y se le sacan los intestinos, que se recogen en
una criba que lleva un trapo para impedir el contacto directo de la carne el
cerdo con los alambres de la criba; los intestinos delgados servirán para
embutir los chorizos, y los intestinos gruesos para los salchichones; de la vejiga
de la orina los chiquillos se encargarán de hacer una zambomba para en Navidad
pedir el “aguilando” (el aguinaldo”); también se le sacan las asaduras. En las
patas traseras se le hace una incisión y se entresacan los tendones, por los
que se meterá la camal, (palo resistente, ligeramente curvo y más fino por los
extremos, con estrías en forma de escalones, que impiden resbalar los tendones)
con la cabeza para abajo y una caña con extremos cortados en doble bisel,
colocada en horizontal en el centro de la panza para facilitar la aireación
durante la noche al raso, para que
cuajen las mantecas. Se le cortan
las “muestras”, pequeños trozos del hígado y de la lengua para que las
analice el veterinario, para comprobar si el cerdo tiene o no la triquinosis.
Las mujeres limpian cuidadosamente con agua y sal los intestinos del cerdo y
las tripas compradas, para embutir. Una vez cocida la cebolla se saca y se echa
en canastas de mimbre o caña para que escurra el agua.
Morcillas blancas |
Al día siguiente se empieza con
los preparativos para hacer el “ajo”, que es la masa de la morcilla, mezclando
la sangre, la cebolla escurrida y picada, el arroz y los demás avíos o aliños.
La caldera, sobre grandes trébedes, con la masa se mueve y remueve al fuego de
la lumbre, al mismo tiempo que se va preparando la masa de los chorizos, la
morcilla blanca, el sangregordo y el salchichón. Si ha llegado ya el resultado
del análisis del veterinario, se puede probar el ajo o masa de la morcilla, es
un momento crucial para saber el tino que se ha tenido al echar
proporcionalmente los aliños. Como manda la tradición, la dueña de la casa
envía platos del ajo de la morcilla a los familiares y a las vecinas más
allegadas, en parte para que comprueben, prueben y saboreen lo buena matancera
que es y lo bien aliñado que le ha salido el ajo, al mismo tiempo que para
devolverle el mismo obsequio recibido, o en espera de en su día recibirlo. El
almuerzo, la comida típica en este día es de habichuelas con el “hueso del
perro”, con el esternón del cerdo,
y debajo de la mesa un hermoso
brasero de buenas ascuas de la lumbre. Por la tarde su empieza a embutir el ajo
de la morcilla en las tripas, con una máquina de embutir, y se les va metiendo
en una caldera con agua caliente, colgadas en una caña para que no lleguen al
fondo de la caldera. Después serán colgadas en largas varas sujetas con
cordeles del techo de la cocina.
Al día siguiente se despieza,
se trocea todo el cerdo excepto los jamones, y se aparta la manteca. Se embuten
los chorizos, la morcilla blanca, el "sangrigordo", el salchichón. Se salan los
jamones en una artesa, dejándolos envueltos en sal gorda durante un mes.
Conforme se van embutiendo las morcillas negras se van metiendo en un caldero
con agua, colgándolas en una caña más larga que el diámetro del caldero,
procurando que las morcillas no toquen el fondo del caldero; posteriormente
serán colgadas en unas largas varas pendientes de unas cuerdas, en el techo de
la cocina.
El último día de matanza se
dedica a echar los adobos, trocear las cortezas y limpiar los utensilios, que
quedarán listos para devolverlos a su dueño o prestarlos a otra familia que
empieza la matanza.
Indudablemente, cada familia tiene una forma muy personal de realizar la matanza y de mezclar los ingredientes para cada embutido, y aunque el mecanismo o manera de llevarla a cabo es prácticamente igual, existen diferencias notables en cuanto a sabor en un mismo producto entre dos hogares de la misma familia.
Indudablemente, cada familia tiene una forma muy personal de realizar la matanza y de mezclar los ingredientes para cada embutido, y aunque el mecanismo o manera de llevarla a cabo es prácticamente igual, existen diferencias notables en cuanto a sabor en un mismo producto entre dos hogares de la misma familia.
Antonio
Ceacero Hernández
Arjona,
4 de febrero de 1.999
Publicado en la revista "Con sabor a pueblo" nº 33, año 2.003
Centro Municipal de Educación de Adultos
Santo Tomé (Jaén)
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Santo Tomé (Jaén)
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